sábado, 25 de abril de 2020

El pesar de la despedida.

No hace mucho que una idea comenzó a rondarme. ¿Y si fuéramos capaces de hacer saber a cada una de las personas que nos rodean, lo que sentimos exactamente hacia ellas? Y hacerlo de manera que no alberguen ninguna duda al respecto.
Supongo que en el pesar de la despedida, una parte y quizá la mas grande, de aquello que nos duele, tiene su origen en los continuos reproches… Y si… le hubiera dicho, Y si… no le hubiera negado aquel beso…. De manera que si en vida, o en la convivencia cercana, nos mostramos tal como somos de manera transparente, y despejamos las dudas respecto a nuestros sentimientos, es fácil que ante una separación, nuestro ánimo permanezca más tranquilo y sosegado.
Y avanzando en esta idea, comprendí un poco más a cerca del desapego que tanta importancia tiene en la filosofía budista. En nuestras vidas, así como en nuestras relaciones, desarrollamos de manera inconsciente un apego que nos mantiene atado, e impide nuestra libertad y pleno desarrollo personal.
Que bonito sería en una relación de pareja, entregarse plenamente, sin tener en cuenta ningún aspecto o comportamiento que nos corresponda. Si no dar por entero todo aquello que sentimos hacia la pareja, independientemente de su actitud. Sin embargo enseguida entramos en una dinámica de comparaciones, de contrastes y reproches:
Anda si yo… y ella…, pues pronto se la ha olvidado, Y otra vez me toca llamarla…
Pero ya no es solo quedarnos en tales comparaciones. Si no comprender que nada esta sujeto, que todo es efímero, y que si damos la razón a las nuevas teorías de física quántica, nada existe. Así que hoy aprovechando que estamos aquí, y que nos acompañan ciertas personas, que menos por nuestra parte, que ser tal como somos, sin restricciones, sin condiciones, transparentes. Y ofrecer de igual manera nuestros sentimientos, y nuestras virtudes. Y además sabiendo que no podemos caer en el apego. Quizá la figura del apego resulte complicada de entender. Es como una condición que pedimos, algo que se da de manera implícita en las relaciones personales: “Sí, somos amigos, o novios, o lo que toque ser. Yo te doy esto, esto y esto, y además no te mido, ni espero nada de ti, porque es lo que siento y así te lo ofrezco, con libertad. Pero a cambio tú estás ahí, permanentemente, sin marchar a otro país a trabajar, sin morirte nunca, siempre presente porque yo he creado una dependencia sobre ti, y echaría mucho en falta tu ausencia. Y de ser así sentiría un gran dolor y una gran pena”.
Siendo el desapego todo lo contrario, esa entrega en plena libertad de todo aquello que somos, sin restricciones ni condiciones, sin exigencias, sino simplemente bajo el lema: “Esto es lo que soy, y lo que siento. Así me entrego y nada pido a cambio”.
Es quizá la parte más complicada del desarrollo personal que tanto defienden algunas filosofías orientales y religiones. Pero a mí personalmente me parece la forma de amor, más grande y sublime. Y de la misma manera creo que es un paso más hacia una forma de vida más plena, más armoniosa en la medida que te permite adaptarte a los caprichos del destino, sin limitar a nadie, sin poner condiciones a nadie. Y menos a ti mismo.

martes, 31 de marzo de 2020

HE GANADO A MERCULES

Esta historia viene de hace un tiempo. Cuando mi hija mayor que en un par de meses cumple los 6 años, vio por primera vez la película de Hercules de Disney. La encantó, especialmente cuando el personaje se vuelve “cachas” gracias al entrenamiento de Phil, y cuando llega ese final “made in Disney” y renuncia al Olimpo para seguir junto a Meg. Así fue como la película dejo una gran huella en mi hija. 
A partir de esa experiencia, cada vez que yo volvía a casa tras mi sesión de rodaje (running para los modernos) ella siempre me preguntaba; ¿Papa, has ganado a Mercules? La primera vez me sorprendió tanto que automáticamente dije que no. ¿Como iba yo a ganar a un personaje como Hercules? Pero tampoco la dije que eso no podría ser porque Hercules es un personaje mitológico.
La siguiente vez sucedió lo mismo, ella hizo su pregunta, y yo mi respuesta de padre encasillado. Pero luego empecé a maquinar. No podía seguir así mucho tiempo, porque entonces ¿Que iba a pensar mi hija sobre su padre? ¿Que era un piltrafilla? Estaba bien ser sensato, pero un padre es un padre, y con una niña de 4 años creo que hay que dar lugar a la fantasía, y porque no, aprovechar la situación. Por lo que decidí que Hercules era un registro de espacio/tiempo, es decir, cuando salgo a correr, en función a mi estado de forma siempre tengo unos tiempos por kilometro como referencia a batir. Bien, pues ese era nuestro “Mercules”.
Después de este plan maestro, cuando mi hija volvió a preguntar tras la siguiente sesión, la respondí con toda mi convicción que había vuelto a perder, pero por muy poco, y la conté detalladamente el trascurso de la carrera y como me gano en los metros finales.
La siguiente vez quedamos empates, luego ya me tocó ganar, pero porque Mercules se hizo daño en un musculo… Y a partir de ahí la fui contando el resultado según los tiempos de la carrera. Cuando yo ganaba varios días seguidos, Mercules humillado, se ponía a entrenar muy seriamente. Entonces yo estaba mejor de forma y Mercules pasaba a ser un registro de tiempo mas bajo. Y volvía a ganarme, luego empatábamos, volvía a ganar yo… y de esa forma dimos vida a un personaje. A mi me ayudaba con mis sesiones, a mi hija la alimentaba la fantasía, y poco a poco fuimos incorporando a Hercules en nuestra vida. Cuando estamos ante una situación que requiere cierto esfuerzo y sacrificio, Hercules aparece ante mi hija para animarla en ese momento, no siempre funciona, es cierto, pero no deja de dar cierto encanto a la situación.