jueves, 19 de marzo de 2009

SEDENTARIOS

Me soñé un massai

Despuntaban los primeros rayos de sol, al tiempo despertábamos todo el grupo que habíamos emprendido al camino. Era sencillamente un día más. Nos pusimos en pie, tomamos algo de comer y como siempre emprendimos el camino, una suave carrera, un trote constante que nos llevaría todo el día. Y sí, como había dicho era sencillamente un día más, corriendo, todo el grupo junto, formando una figura armoniosa recorríamos gran cantidad de kilómetros sin la necesidad de parar, sin la aparición del cansancio.
Nuestras esbeltas figuras se movían sincronizadamente por las extensas llanuras de Kenia. En ningún momento nos pareció hacer algo fuera de lo normal, algo que pudiera ser considerado como una proeza, sin embargo sabemos que en otras culturas, esto, pude suponer toda una hazaña. Para nosotros no era más que nuestra forma de vida, algo que verdaderamente carece de significado. Correr, correr durante todo un día, y otro, y otro. Esta en nuestra estructura, en nuestra complexión, que es en definitiva la misma que la del resto de personas sean del lugar que sean. Sin retos, sin agobios, sin lesiones ni tirones, sin una técnica concreta, sin una táctica, simplemente habito, mucho habito…
Una historia lejana

Siendo un niño, en un campamento de los scouts recuerdo una historia que nos contaron; Trataba de una prueba en la que los niños de una tribu de indios de America del Norte, demostraban que ya habían dejado de ser niños y se habían convertido en hombres. Dicha prueba consistía en lograrse un caballo, cuando el aspirante creía oportuno marchaba del poblado y salía en busca de una pécora de caballos.
El camino podía ser verdaderamente largo, para ello siempre corría, podría hacerlo más o menos rápido, pero siempre corriendo. Si le entraba hambre tomaba sobre la marcha unas hierbas que llevaba colgadas de un pequeño saquito que ataba a su cinto, y así descalzo y sin más ropa que los pantalones recorría a la carrera las inmensas praderas americanas. Podía pasar varios días corriendo sin hacer nada más, comiendo solamente hierbas y bebiendo cuando le era necesario directamente de los ríos. Sin embargo para hacerlo, siempre debía de tumbarse a la orilla del río. Durante esos días de intensa carrera, si algo no podía era detenerse y flexionar las piernas, sentarse con las piernas cruzadas, o agacharse a tomar agua era algo que le podía costar perder el ritmo de la carrera por el entumecimiento de sus piernas. Aunque rara vez, durante la marcha, un indio tenía necesidad de parar. Al avistar de lejos un grupo de caballos, debía mantenerse en sigilo, observar el grupo, elegir uno y tramar una emboscada. Si lo lograba domaría el caballo con el que volvería al poblado convertido ya en guerrero, si fallaba debía seguirlo intentando hasta que lo lograse.
En el libro “El evangelio del piel roja” Ernest Thompson-Seaton nos cuenta varios casos de indios que han cubierto distancias de 125 millas en 25 horas, 62 millas en 9 horas y 37 minutos, 20 millas en 2 horas. Un mensajero hopi que recorrió 120 millas en 15 horas…

Mientras echamos la vista atrás, nos alegramos de ser sedentarios. O quizá no nos alegremos, pero al estudiar historia, el sedentarismo lo aprendimos como una evolución del hombre. Y bueno teniendo en cuenta su capacidad adaptativa y el aprovechamiento de los recursos, es realmente una evolución. Sin embargo desde el punto de vista físico, en todo lo que atañe o abarca nuestra estructura, creo que estamos demasiado limitados, atrofiados, agarrotados gracias a dicho sedentarismo. Y no solo se puede ver en nuestra estructura física, sino que creo que repercute también en nuestra forma de ver y plantearnos la vida, así como en nuestra alimentación.

Muevete, corazón!!