viernes, 17 de septiembre de 2010

Como fichas de Ajedrez

Demos vida al ajedrez. Hagamos de esos peones, libres soldados de infantería. A cada una de las figuras, verdaderos cuerpos de élite con distintas especialidades. La Reina, esa gran conocedora de todos los secretos, de todas las artes, seductora hasta el punto de llegar a los rincones más inalcanzables. Y el Rey, que igualando aquellos míticos emperadores, era el emisario del designio divino en la tierra.
Demos vida al ajedrez. Pero ahora, en vez de fieles muñequitos, otorguemos además el libre albedrío a cada uno de ellos. Nunca dejará de haber una fuerza, una inteligencia superior que no está representada sobre el tablero. Una mente conocedora de la situación de cada una de las figuras, de sus problemas, de sus potenciales. Pero increíblemente compasiva y amorosa como para regalarles el libre albedrío.
Las figuras, todas ellas, al identificar la consciencia de la vida, y sorprenderse con semejante regalo, intuyen que algo hay que tiende a mantenerlos unidos, que entre todos los personajes puedan formar un ejército sincrónico. El Rey, más capacitado en su conexión con esa mente superior, les instruye y les gobierna de forma sabia. Sin embargo cada uno de ellos es libre.
La partida ha empezado. Lo hizo hace mucho. Ahora hay que recobrar la consciencia, recordar, tomar de nuevo la posición.