“Y la
vida me confío este secreto; contemplad, me dijo, yo soy eso que siempre debe
superarse a sí mismo”.
Recuerdo
esta frase de leerla en una revista en 2008, y me dejo impresionado. La he
tenido como ejemplo. De manera que si en algún momento tenía la necesidad de
sentirme “vivo” la recordaba, y la usaba a modo de trampolín para coger
carrerilla y superarme a mí mismo. Sin embargo anoche en una reflexión me di
cuenta de lo siguiente: La vida, como tal, siempre se supera a sí misma de
forma natural, sin esfuerzos aparentes, como por arte de magia, pero una magia
surgida desde la sencillez.
El
hombre corriente, debe cumplir dos requisitos fundamentales, que de principio
son la oposición natural para nuestra propia superación; el trabajo consciente
y el esfuerzo voluntario. Que implícitamente conllevan sacrificios, luchas
internas… cuando menos, sino llegan a estados de angustia, obsesiones, amargura…
Sin
embargo cuando un hombre corriente supera todas esas dificultades e
impedimentos, llega de pronto a un período en el que superarse a sí mismo
sucede de forma natural, como la vida misma, y en vez de esfuerzo, supone gozo
y paz. Ya que se ha logrado un estado en el que por fin la vida es real.
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