viernes, 15 de abril de 2011

Destino, Libre albedrio.

Hace poco en un curso salió a debate el “libre albedrío”, la profesora que daba la clase puso un ejemplo sobre dicha cuestión: ¿Un flautista de una orquesta tiene libre albedrio? No. De manera rotunda. Qué puede improvisar en medio de la partitura… evidentemente, pero casi seguro le cueste el puesto de trabajo. Por lo tanto si quiere fluir en el sentido musical de la orquesta… no tiene libre albedrio. Es decir, en realidad nada nos quita esa libre elección de hacer lo que queremos, sea cual sea ese querer, esa práctica de vida. Sin embargo si tratamos de profundizar en nuestras raíces en busca de una conexión más sutil, más despierta ante el resto de fenómenos que suceden a nuestro alrededor. Si buscamos ese camino de desarrollo interior o de vivencia espiritual, no hay libre albedrío. Sencillamente hay que hacer lo que hay que hacer. Y eso… que es lo que es, bueno el primer paso es descubrir quienes somos cada uno, qué se nos da bien, qué es eso que nos hace disfrutar, ¿con que tarea me veo inmerso en una sensación atemporal? La respuesta a esta pregunta es clave. Cuando por sistema, ante la misma actividad llegamos a tener experiencias fuera del tiempo y del espacio, en cierta medida hemos trascendido a nuestra verdadera raíz. Todo esto nos sirve de seña de identidad, nos da claves a cerca de quienes somos realmente. No soy los años que tengo, ni mi peso ni estatura, ni la cantidad de ligues, ni mi curriculum académico, ni el trabajo que ejerzo… Sí, todo ello compone pequeñas partes de la realidad que somos, pero dice muy poco de nosotros. Este trabajo de autoconocimiento nos puede llevar toda la vida, menuda paradoja. Pero es apasionante, saber para qué estamos aquí. Ahora bien, ¿Qué pinta el “destino” en todo esto? Bueno ese concepto de “destino” está estrechamente ligado al libre albedrío. Sí que hay un destino, ahora que ese destino diga hasta el plato de comida que nos espera en casa al regreso del trabajo… no se hila tan fino. El destino está ahí, junto a nosotros, como si fuera la brújula que nos indica el camino. Podemos atenderle y seguir sus pasos, o ignorarle. Pero de nuevo si queremos llegar a puerto, no podemos menos que dedicarle un poco de atención. Evidentemente no va a definir cada uno de los pasos que debemos dar en la vida, pero sí aquellos pasos especialmente significativos, impulsados por una sensación de convicción que no está sujeta a ninguna lógica. Cuando parece que somos movidos por una fuerza que surge de nuestras entrañas, y que desafía cualquier expectativa, entonces estamos bajo la guía de ese destino. Cuestión de fe, más bien cuestión de ver, de estar despierto. Todos hemos tenido alguna sensación atemporal, y tomado alguna decisión fuera de toda lógica que desde un punto de vista trascendente, ha sido correcta. El destino nos indica el rumbo, y el libre albedrío nos dice como hacer el viaje. A veces pueden parecer una misma cosa, sin embargo hay matices que los diferencian. Pero en el sentido práctico de la vida… merece la pena atender a estas cuestiones… Supongo que eso son valoraciones personales. Yo apuesto a que sí. Creo que son unas herramientas que nos llevan a otras realidades, a una amplitud de visión, de conciencia, que nos permite un mayor entendimiento del mundo. Y nos ponen en la vía del regreso al origen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

no lo he entendido bien, como muy rebuscado.
besos