Y de pronto me vi en África. No se donde estaba, pero era África. Había ido en busca de mi novia, Antares. Había marchado hace tiempo, y su etapa en África estaba llegando a su fin, con lo que acordamos encontrarnos allí y volver juntos a casa. Así podría al menos degustar todo ese fascinante mundo que ella había descubierto poco a poco y durante una larga temporada.
Al fin llegue, el sitio donde acordamos nuestro encuentro era una casa apartada de la ciudad. En mitad de la sabana. La casa era grande, de una sola altura, y tenía, como las típicas casas victorianas de época colonizadora, un porche a la entrada de la casa muy acogedor. Un espacio ideal para entablar largas conversaciones mientras se pone el sol y aparecen las estrellas.
A medida que me acercaba reconocí a Antares sentada en el porche y contemplando el horizonte, nos abrazamos durante un largo tiempo, e inmediatamente me presento a la dueña de la casa, Kanduski.
Al conocerla quede más que sorprendido, siempre pensé que Kanduski, el famoso escritor del que tanto me hablaba era un hombre, pero el personaje que tenía frente a mi era toda una señora. Una mujerona alta, con fuertes extremidades, melena rubia y tez pálida, una mirada cálida, apacible de ojos claros. Ella enseguida vio como su imagen me dejó estupefacto.
-No esperabas una mujer, -me dijo. - Verás, por lo general me gusta viajar sola. Pero no deja de ser bastante arriesgado para una mujer moverse sin compañía por estos lugares. Por lo que adopto una apariencia masculina. Y al final, ha sido esa apariencia masculina la que ha quedado como mi imagen publica.
Lo más sorprendente de todo es que no se refería a una imagen travestida, si no a que cambiaba su corporeidad, físicamente era una mujer, pero podía transformarse en hombre a su antojo.
-Bueno parece que no sales de tu asombro. Un porche como este es una bendición, te permite pasar largos ratos hablando y profundizando en temas de lo más interesante. Te invito a que tomes asiento, acomódate y deja que te cuente algunos secretos antes de que pases a conocer vuestra habitación, y te reencuentres verdaderamente con Antares.
Me sirvió una infusión deliciosa, y comenzó a contarme;
-Sabes, he viajado mucho. He pasado por muchos países muy diferentes y variopintos, y puedes imaginar la cantidad de personas que he llegado a conocer. De todas las razas y culturas que puedas soñar, las clases más altas y los barrios más pobres. He visto actos de lo más cruel y otros de absoluta grandeza y generosidad. Durante mucho tiempo no tenía explicación para todos esos comportamientos y reacciones. No comprendía como el ser humano era capaz de de variar tanto, como se podía demostrar afecto a seres tan cercanos y odio a aquellos que se diferenciaban un poco de ti. Y eso me llevó a quedarme aquí, en África de forma casi permanente. Aquí esas emociones están mucho más vivas, y vi como las personas se vuelven crueles y despiadados solo con personas que creen distintos a ellos, diferentes. En ocasiones ciertos personajes no tienen miramientos hacia nadie, si siquiera cuidan su propia sangre. También vi que era debido a que esas personas, hinchados de poder, se creen distintos y superiores a todos los demás.
Aprender a ver estas cosas me llevo mucho, mucho tiempo. En un principio la rabia me cegaba, no dejándome ver a la persona que había detrás. Con el tiempo, también vi su calidez en el seno familiar, su inmensa generosidad, ya que sin tener eran capaces de compartir, o de renunciar a ciertas cosas que les ofrecían por pensar siempre que otros lo merecían más. Veía pueblos enteros que respiraban solidaridad, que estaban estrechamente ligados con toda la naturaleza.
Todas esas cosas las veía durante el día, y mientras por la noche, me cubría con un manto estrellado.
He visto las estrellas como jamás en toda mi vida, con una intensidad que hacían la noche más brillante que el día, estrellas vivas, fugaces, chispeantes. Aprendí a leer en ellas las estaciones, el clima, los vientos, a descifrar los secretos de la vida. A la mañana siguiente me encontraba de nuevo con el brillo en los ojos, con las emociones, las pasiones, el llanto y la esperanza. Y de nuevo la noche, y cada vez esos puntos de luz, esas luces se volvían más y más fuertes, y comprendía la relación que se establecía entre ellas; como algunas se movían más rápido y otras parecían casi inmóviles, como algunas se dejaban de ver, y otras parecían surgir de la nada. Y de nuevo el día, y luego la noche, una y otra vez estudiaba los ciclos con detenimiento tratando de sacar todo el meollo, toda la esencia, y cada vez me parecían más la misma cosa. Y comprendí que los hombres somos todos iguales, todos llenos de vida, de color, de musica. Distintas emociones que finalmente son comunes a todos nosotros, emociones que no son más que el reflejo de nuestra luz.
Kanduski hablaba calmadamente, te captaba por completo, su tono era suave pero efusivo, lleno de pasión. Y transmitía una convicción que no te dejaba lugar a ningún tipo de duda. Durante todo el tiempo que habló toda mi atención se centró en sus palabras, hipnotizado por su mirada fija, sentía como si me hablase con todo su cuerpo; sus manos, sus brazos, todo su rostro también me hablaban.
Sin darnos cuenta se hizo de noche.
- Ven, levantate y ven conmigo.
La seguí, bajamos el único escalón del porche y nos alejamos unos pasos de la casa.
-Mira el cielo.
Y de pronto vi una imagen que me sobrecogió. Las estrellas no eran simples puntos blancos sobre un fondo negro. Ninguna descripción sería fiel a aquella imagen. Era como si las estrellas estuviesen aumentadas un millón de veces, como si de pronto pudieras ver desde el cielo un volcán en erupción durante una noche, con su centro rojo brillante y los ríos de lava alrededor tomando vida. Y esa imagen se reproducía cientos de miles de veces sobre el tapiz negro. Cada una de las estrellas era un mundo entero, con sus remolinos de fuego, sus destellos, erupciones, fogonazos, y llamaradas. Y todo ese concierto lumínico que reproducía cada una de las estrellas estaba en continua relación con el resto de cometas, planetas, nebulosas, satélites... todo, todo estaba interrelacionado. Y parecía que en medio de todo aquello, en mitad del espacio, flotando, estaba yo.
Pasado un rato me pareció sentir el peso de mi cuerpo posándose en el suelo. Como si acabase de aterrizar entrando de nuevo en un silencio que rompía el estruendo de explosiones en que hace un instante estaba envuelto. Respiré hondamente.
-¿Lo has visto?
-Sí Kanduski, lo he visto.
- Así fue como comprendí que todos somos estrellas.- Sentenció ella.