Resulta curioso que la práctica de las distintas religiones nos sitúe en un continuo conflicto entre el bien y el mal, y por añadidura en un mundo dual donde todo tiene su opuesto y contrario.
Sin embargo, si dejamos las religiones un poco de lado, en busca de una vivencia espiritual más universal y menos pautada, y sin entrar en las nuevas corrientes New Age, sino a través de conocimientos que son patrimonio de la humanidad desde hace miles de años… nos muestran que el espíritu es unidad, y la unidad no es dual. Fácil y sencillo. Así visto el día no es lo contrario y opuesto a la noche, sino una continuidad de esta misma. Quizá un ejemplo más claro nos lo de la filosofía taoísta cuando profundiza en el Yin; la quietud, y el Yang; la actividad. En esencia todo es Yang, pero para cuantificar ese Yang hay que crear un referencial. El Yin. Así el viento puede ser Yang si lo comparamos con un lago. Pero ese mismo viento sería Yin si lo comparamos con un fuego. Por lo tanto el ying y el yang no son opuestos y contrarios, si no que son valores referenciales, relativos y complementarios.
En un mundo dual todo está fragmentado, hay más barreras, y estamos siempre condicionados por el eterno conflicto del bien y el mal. Fácilmente dirigible. Si vivimos en la unidad rompemos todas las barreras, abrimos la percepción y la consciencia a una solidaridad universal; yo soy todos, o todos soy yo. O todo soy yo. En principio mi mente, mi cuerpo y mi espíritu no son independientes, sino que forman una misma entidad. Pero seguimos unificando, y yo no soy independiente, sino que formo una entidad junto al resto de personas en el mundo. Y continuamos, ya que la humanidad no es independiente, también forma una unidad con los reinos animales y vegetales, y con el planeta entero, y seguimos y seguimos…
Ahora bien, la vivencia de cada persona, de cada individuo esta diariamente sujeta a un sinfín de normas dualistas… Pronto o tarde, día y noche, egoísta o generoso, pero sobre todo el bien y el mal.
El 80% de los pensamientos que tenemos hoy, serán los mismos pensamientos que tendremos mañana, y el bien y el mal son los protagonistas del 80 % de nuestras decisiones. En cierto modo vivimos atormentados por un sinfín de decisiones bajo la presión del bien y el mal. Sin embargo estos dos polos son en cierta medida una trampa que nos limita en nuestro desarrollo, en el despertar de la consciencia, ya que tras dichos polos esta el juicio.
Para catalogar algo como bueno o malo primero debemos recurrir a la figura del Juez, y este siempre va responder en cierta medida influido por emociones y sentimientos. Este juez es un patrón mental, en realidad somos nosotros los que nos juzgamos siempre y en todo momento. Y es por ello que tan pocas veces coincidamos en nuestros juicios con la persona que contrastemos la opinión, ya que él tendrá sus propios sentimientos y emociones que condicionaran su valor.
En el momento en que recurrimos al juez, estamos acotando y limitando nuestra perspectiva. En definitiva, el ser humano no tiene la capacidad de determinar si algo es bueno o malo.
Ese suceso a valorar, por mínimo que sea va a tener un impacto a escala macro cósmica, aunque nos resulte difícil de creer. Y cualquier valoración de bueno o malo va a estar sujeta a una perspectivo subjetiva, en función a nuestro enfoque, nuestros sentires y nuestras emociones. Por un lado todo lo que sucede, simplemente sucede y repercute en una unidad universal a todos sus niveles. Si tal cosa actúa a nivel unitario, no se puede fragmentar a un plano dual sin perder parte de su totalidad.
Cierto es que hemos creado una realidad dualista y romper dichos esquemas nos resulta muy complicado, sobre todo a la hora de movernos en el día a día. Pero en los momentos en que queremos comprender como o porque suceden ciertas cosas, no lo podemos hacer si nos mantenemos en esa idea de un mundo dual. Sino que debemos abrir nuestra consciencia hacia un enfoque unitario, y empezar a ver una realidad que no esté condicionada al tiempo y al espacio, ya que el espíritu no lo está.
Como decía el juez acota y limita. No juzguéis si no queréis ser juzgados… Hay diversas dificultades a la hora de interpretar ciertas frases que nos han sido legadas, y transmitidas desde hace miles de años. Uno de los problemas más evidentes son las traducciones de las lenguas antiguas a las modernas que hablamos hoy día. Y no solo a nivel gramatical, sino también en la forma de hablar y de expresarse. Siempre he entendido esta frase de manera literal, “No juzguéis si no queréis ser juzgados”. Sin embargo hace poco que he empezado a entenderla de otro modo. Somos nosotros mismos quienes nos juzgamos. Cuando alguien es dado a emitir juicios sobre otras personas, la verdadera dificultad no está en esos juicios emitidos, sino en el patrón mental en que se ve sujeto. Ya que de la misma manera que juzga con ligereza a otras personas, lo hace consigo mismo. Y he ahí el verdadero problema, ya que como decía cuando aparece la figura del juez es para clasificar, acotar y muchas veces condenar nuestra propia conducta. Pero sobre todo para romper ese vinculo que nos dice que somos unitarios, sugiriendo que lo divino es algo ajeno a nosotros y debemos redimirnos para alcanzarlo. Cuando en realidad, lo divino somos nosotros. Todos. Todo.
Sin embargo, si dejamos las religiones un poco de lado, en busca de una vivencia espiritual más universal y menos pautada, y sin entrar en las nuevas corrientes New Age, sino a través de conocimientos que son patrimonio de la humanidad desde hace miles de años… nos muestran que el espíritu es unidad, y la unidad no es dual. Fácil y sencillo. Así visto el día no es lo contrario y opuesto a la noche, sino una continuidad de esta misma. Quizá un ejemplo más claro nos lo de la filosofía taoísta cuando profundiza en el Yin; la quietud, y el Yang; la actividad. En esencia todo es Yang, pero para cuantificar ese Yang hay que crear un referencial. El Yin. Así el viento puede ser Yang si lo comparamos con un lago. Pero ese mismo viento sería Yin si lo comparamos con un fuego. Por lo tanto el ying y el yang no son opuestos y contrarios, si no que son valores referenciales, relativos y complementarios.
En un mundo dual todo está fragmentado, hay más barreras, y estamos siempre condicionados por el eterno conflicto del bien y el mal. Fácilmente dirigible. Si vivimos en la unidad rompemos todas las barreras, abrimos la percepción y la consciencia a una solidaridad universal; yo soy todos, o todos soy yo. O todo soy yo. En principio mi mente, mi cuerpo y mi espíritu no son independientes, sino que forman una misma entidad. Pero seguimos unificando, y yo no soy independiente, sino que formo una entidad junto al resto de personas en el mundo. Y continuamos, ya que la humanidad no es independiente, también forma una unidad con los reinos animales y vegetales, y con el planeta entero, y seguimos y seguimos…
Ahora bien, la vivencia de cada persona, de cada individuo esta diariamente sujeta a un sinfín de normas dualistas… Pronto o tarde, día y noche, egoísta o generoso, pero sobre todo el bien y el mal.
El 80% de los pensamientos que tenemos hoy, serán los mismos pensamientos que tendremos mañana, y el bien y el mal son los protagonistas del 80 % de nuestras decisiones. En cierto modo vivimos atormentados por un sinfín de decisiones bajo la presión del bien y el mal. Sin embargo estos dos polos son en cierta medida una trampa que nos limita en nuestro desarrollo, en el despertar de la consciencia, ya que tras dichos polos esta el juicio.
Para catalogar algo como bueno o malo primero debemos recurrir a la figura del Juez, y este siempre va responder en cierta medida influido por emociones y sentimientos. Este juez es un patrón mental, en realidad somos nosotros los que nos juzgamos siempre y en todo momento. Y es por ello que tan pocas veces coincidamos en nuestros juicios con la persona que contrastemos la opinión, ya que él tendrá sus propios sentimientos y emociones que condicionaran su valor.
En el momento en que recurrimos al juez, estamos acotando y limitando nuestra perspectiva. En definitiva, el ser humano no tiene la capacidad de determinar si algo es bueno o malo.
Ese suceso a valorar, por mínimo que sea va a tener un impacto a escala macro cósmica, aunque nos resulte difícil de creer. Y cualquier valoración de bueno o malo va a estar sujeta a una perspectivo subjetiva, en función a nuestro enfoque, nuestros sentires y nuestras emociones. Por un lado todo lo que sucede, simplemente sucede y repercute en una unidad universal a todos sus niveles. Si tal cosa actúa a nivel unitario, no se puede fragmentar a un plano dual sin perder parte de su totalidad.
Cierto es que hemos creado una realidad dualista y romper dichos esquemas nos resulta muy complicado, sobre todo a la hora de movernos en el día a día. Pero en los momentos en que queremos comprender como o porque suceden ciertas cosas, no lo podemos hacer si nos mantenemos en esa idea de un mundo dual. Sino que debemos abrir nuestra consciencia hacia un enfoque unitario, y empezar a ver una realidad que no esté condicionada al tiempo y al espacio, ya que el espíritu no lo está.
Como decía el juez acota y limita. No juzguéis si no queréis ser juzgados… Hay diversas dificultades a la hora de interpretar ciertas frases que nos han sido legadas, y transmitidas desde hace miles de años. Uno de los problemas más evidentes son las traducciones de las lenguas antiguas a las modernas que hablamos hoy día. Y no solo a nivel gramatical, sino también en la forma de hablar y de expresarse. Siempre he entendido esta frase de manera literal, “No juzguéis si no queréis ser juzgados”. Sin embargo hace poco que he empezado a entenderla de otro modo. Somos nosotros mismos quienes nos juzgamos. Cuando alguien es dado a emitir juicios sobre otras personas, la verdadera dificultad no está en esos juicios emitidos, sino en el patrón mental en que se ve sujeto. Ya que de la misma manera que juzga con ligereza a otras personas, lo hace consigo mismo. Y he ahí el verdadero problema, ya que como decía cuando aparece la figura del juez es para clasificar, acotar y muchas veces condenar nuestra propia conducta. Pero sobre todo para romper ese vinculo que nos dice que somos unitarios, sugiriendo que lo divino es algo ajeno a nosotros y debemos redimirnos para alcanzarlo. Cuando en realidad, lo divino somos nosotros. Todos. Todo.